Este año se cumplen 50 años desde la muerte de Miguel Humberto Enríquez Espinosa (Talcahuano, 27 de marzo de 1944-Santiago, 5 de octubre de 1974), médico, político y revolucionario chileno, y uno de los fundadores, en 1965, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), un hombre que entregó su vida por la causa revolucionaria y cuyo legado sigue presente en la historia de Chile. Miguel no fue solo un líder político, sino un símbolo de un espíritu que se niega a doblegarse ante la injusticia. Su vida estuvo marcada por la convicción inquebrantable de que un país más justo era posible, de que la desigualdad y la opresión podían ser erradicadas a través de la acción decidida y la resistencia colectiva. Hoy, más que nunca, su figura nos habla de la necesidad de mantener viva la lucha por la justicia social, especialmente en un Chile que ha vuelto a despertar con fuerza en los últimos años.
Miguel Enríquez encarnó el espíritu revolucionario que en los años 60 y 70 recorrió América Latina. Inspirado por figuras como el Che Guevara, vio en la lucha armada y en la organización popular la única vía para derrotar a un sistema profundamente injusto. Su liderazgo en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) fue una expresión de esa búsqueda incansable por una sociedad donde la dignidad de las personas fuera un derecho inalienable. En una época marcada por la represión y la violencia de la dictadura, Miguel eligió resistir, sabiendo que esa decisión lo llevaría inevitablemente al sacrificio. Su muerte en 1974, a manos de las fuerzas represivas de la DINA, fue una muestra de su compromiso inquebrantable con la causa del pueblo.
Hoy, al mirar hacia atrás, resulta imposible no articular el legado de Miguel con el reciente estallido social que sacudió a Chile en 2019. Las calles volvieron a llenarse de voces que, como en tiempos de Miguel, exigían justicia, dignidad y el fin de las profundas desigualdades que aún marcan nuestra sociedad. La lucha por la salud, la educación y los derechos sociales, tantas veces postergada, volvió a ser el centro del debate nacional. En cada marcha, en cada consigna que se escuchó durante esos días, se podía sentir el eco de aquella revolución inconclusa que Miguel y tantos otros soñaron.
Miguel Enríquez no solo fue un hombre de su tiempo, fue un visionario que entendió que la lucha por la justicia social es una batalla que debe librarse día a día. En su ejemplo encontramos la inspiración para no rendirnos, para seguir cuestionando un sistema que aún hoy deja atrás a tantos. Su espíritu revolucionario, alimentado por la esperanza de un Chile más justo, sigue vivo en aquellos que no se conforman, que no aceptan las migajas del poder y que están dispuestos a darlo todo por la construcción de una sociedad verdaderamente inclusiva.
Cincuenta años después de su muerte, recordar a Miguel Enríquez no es solo un acto de memoria histórica. Es también un llamado a continuar su lucha, a mantener viva la llama de la revolución que, aunque transformada por el tiempo, sigue siendo necesaria. Miguel nos enseñó que la justicia no es un regalo, sino una conquista, y que para alcanzarla es necesario el compromiso, la valentía y, sobre todo, la esperanza en un futuro mejor.
En un Chile que sigue buscando su camino hacia la dignidad y la igualdad, el legado de Miguel Enríquez es más relevante que nunca. Su vida y su muerte nos recuerdan que, aunque los tiempos cambien, los ideales que lo guiaron –la justicia, la libertad y la equidad– son eternos. Hoy, mientras conmemoramos 50 años desde su partida, no solo celebramos a un mártir de la causa revolucionaria, sino que reafirmamos que su lucha sigue siendo la nuestra. Porque, como dijo alguna vez Miguel, «la revolución es para siempre», y su ejemplo nos invita a nunca bajar los brazos. Hoy, en cada marcha, en cada grito por la justicia y en cada acción que busca construir un Chile más justo, Miguel Enríquez vive.
Del Autor:
Miguel Angel Rojas Pizarro: Papá. Psicólogo Educacional, Profesor de Historia y Cs. Políticas, Post Título en Orientación Vocacional, Magíster en Educación con estudios de Doctorado y Convivencia Escolar. Bombero, Académico Colaborador de la Escuela de Psicología de la Universidad de Aysén y Libre Pensador.