Coincidentemente, a un año del denominado Acuerdo Por la Paz, en Chile, donde un amplio espectro de partidos políticos, a excepción del Partido Comunista y Frente Regionalista Verde, firmaron un acuerdo transversal para salvar al gobierno de Sebastián Piñera, con la excusa de frenar los disturbios que se generaban en todo el país y la amplia y creciente movilización social, Perú parece estar viviendo su propio 18 O, luego del golpe de estado perpetrado por el Congreso Nacional al presidente Martín Vizcarra.
Escuchar “el baile de los que sobran”, el mítico himno de protesta social de Los Prisioneros en las calles de Lima, es el deja vu de lo que ocurrió en Chile un año atrás y que nos tiene en medio de un proceso constituyente, cuyo final es inesperado y no son pocos los que ven una oportunidad para legitimar una nueva Constitución Política que podría mantener la columna vertebral de la actual carta magna, si las fuerzas progresistas no logran obtener los 2/3 de la Convención Constitucional, para impulsar cambios estructurales a las relaciones sociales, políticas y económicas en el país. “Un embarazo de alto riesgo”, como advirtió un dirigente de la Fenpruss Aysén.
Sin embargo, en Perú, contrario a lo que pasó en Chile, Manuel Merino renunció sólo seis días después de haber asumido el cargo, con el fin de salvar la situación político-social y tras la muerte de al menos tres jóvenes en los enfrentamientos entre la policía y manifestantes, cosa que no ocurrió en nuestro país, donde a pesar de las decenas de muertes y miles de violaciones a los derechos humanos, con cientos de presos políticos en la actualidad, Sebastián Piñera se mantiene en el cargo, con un escuálido seis por ciento de aprobación, gracias al permanente salvavidas que aplican los partidos políticos, que parecen no darse cuenta que en la práctica ya no gobierna.
La democracia peruana muere de a poco, con tres presidentes en tres años, es el sistema político en su conjunto, tal como ocurre en Chile, el que no ha estado a la altura de las circunstancias, con innumerables casos de corrupción y la conocida prostitución empresarios-políticos, que tanto dolores de cabeza le ha dado a nuestro país.
Como la corrupción, las coimas y el tráfico de influencias están institucionalizadas, no es difícil imaginar que las vendettas y pasadas de cuenta estén a la orden del día.
Todos de una u otra manera buscan terminar con los procesos judiciales abiertos en contra de la denominada clase política peruana y grandes empresarios, algunos con vínculos internacionales.
En este escenario, el destituido Martín Vizcarra, era investigado por presuntos sobornos cuando fue gobernador en 2011, una de las aristas de la saga Lava Jato, por recibir coimas para otorgar obras públicas a particulares.
Y aunque pocos exculpan a Vizcarra de las acusaciones, a unos meses de terminar su mandato y habiendo llamado a elecciones anticipadas, todo parecía indicar que lo que se buscaba era simplemente salvar a muchos para condenar a unos pocos. Es la lógica del sálvese quien pueda y en ese escenario, Merino era un títere de políticos inexpertos intentando salvar el pellejo, así no era difícil imaginar que se hundiera apenas el pueblo peruano se manifestó con fuerza en las calles del país.
El futuro de la democracia peruana es incierto, pero una cosa es segura, los cientos de miles que salieron a manifestarse los últimos días, no solo lo hacen contra una clases política inoperante, sino también porque se han dado cuenta que mientas no jubilen a esos políticos, seguirán marcando el paso y manteniendo a una amplia mayoría en condiciones que no se merecen. Los peruanos aluden a similares demandas que el pueblo chileno exigió con fuerza hace más de un año, en la revuelta popular de octubre de 2019.
Lo que ocurre con nuestros vecinos de la Patria Grande es importante, porque lo que está cayendo no es un gobierno particular en uno u otro país, es la caída del sistema neoliberal en su conjunto, cuanto antes entendamos los procesos, mejor preparados estaremos para adelantarnos a los reaccionarios y a las fuerzas antidemocráticas y de facto que abundan en nuestra Latinoamérica, en la “cintura cósmica del sur”.