Claudia Torres
Un hombre envuelto en llamas, impregnado de combustible sorprendió la mañana del 5 de mayo de 2021, a la altura del kilómetro 42, en la ruta que une la localidad de Cabrero y Concepción, en la zona centro sur de Chile. Al llegar el equipo de rescate y la policía local, se encontraron con un cuerpo encendido, un hombre se había prendido fuego al costado de su vehículo. Los intentos de apagar el fuego y asistir a este hombre, fueron infructuosos. Con un 90% de su cuerpo quemado, falleció a los 2 días.
Quién era ese hombre que de manera tan temeraria expuso su vida. Después de unos días se encontraron algunas declaraciones desde organizaciones sindicales nacionales, lamentando lo ocurrido y un detalle más, una carta de despedida, donde este hombre daba sus razones que lo llevaron a su decisión final, problemas económicos y agobio que no pudo resistir.
Juan, tenia 56 años, estaba casado y era padre de 3 hijos, querido por su familia y sus amigos, enfrentó una pandemia y crisis económica en Chile, como a muchos les toca enfrentar, sin trabajo estable, con una salud de cuidado, en un país donde no tener dinero significa no tener derechos, esta combinación y en este contexto, sin duda fue una carga aún más pesada para Juan.
Cómo puede una persona llegar a este extremo, tomar una decisión tan drástica y de forma tan dolorosa. La psicóloga clínica Carla Leiva, comenta varios datos que son significativos y que nos conducen a conocer y tratar de comprender una parte de esta historia de Juan.
En el caso de los hombres el suicidio es más frecuente que en las mujeres, los hombres llegan a consumar esta decisión sobretodo en periodos de su vida cuando el rol de proveedor se ve afectado. Otro dato, la región donde vivía Juan, es una de las que ha estado más tiempo en cuarentena, mucho más que el resto del país, frente a esto, la licenciada Leiva comenta que si ha pasado cuarentenas largas “es probable que su situación laboral y social a lo largo de este tiempo, haya ido cada vez más deteriorando, en el fondo era un hombre que estaba en una condición desmejorada en términos de recursos económicos”. En su experiencia dice que “he tenido pacientes en una situación similar, que frente a esta identificación con el rol de proveedor y de proveedor exitoso, no han sido capaces de adaptarse a una nueva condición”.
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Émile Durkheim (1858 – 1917) considerado como uno de los padres de la sociología positivista, y precursor del método científico para la comprensión moderna del comportamiento humano y sus estructuras organizativas, define cuatro tipos de suicidios, el egoísta (déficit de integración) y que tiene que ver con vínculos sociales debilitados en un individuo, su sentimiento de pertenencia o compromiso con el grupo es bajo, contexto social que ejerce una especie de liberación del sujeto para que cometa el suicidio. El suicidio altruista, (exceso de integración), que al contrario al anterior, la ausencia de ego del sujeto es fundamental para entender su voluntad de suicidio. La influencia del sentimiento de inutilidad para su grupo social, le permite llevar a cabo su muerte. El suicidio anómico (déficit de regulación), característico de sociedades en crisis, ya sea de índole económica, guerras, etc. La baja estabilidad en las reglas de convivencia social, entran en conflicto llevando al desánimo que afectan al individuo al extremo. Por último, el suicidio fatalista (exceso de regulación), cuya causa principal, se debe a una enorme coerción y control que ejerce la sociedad o el grupo social predominante al sujeto, provocando en este último la sensación de jaula, de la cual solo se podría escapar mediante el suicidio.
Frente a la consulta de qué tipo de suicidio, sería la inmolación con fuego, Leiva señala, “la inmolación es un acto complejo, además es una muerte dolorosa, tremendamente violenta. Este acto tiene que ver con esta degradación, que en el fondo la provoca el sistema, el sistema económico, la falta de solidaridad y empatía social que puede haber ido dejando en su persona ese dolor”.
Pero el caso de Juan, podemos identificar la presencia factores de dos de estos tipos de suicidio, el altruista y el anómico, considerando el contexto social de Chile en general y su imposibilidad de sobrellevar su rol de sostenedor de una familia.
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Pero Juan, no es el único caso con este tipo de muerte, que ha impactado en Chile. Su historia nos lleva recodar a Sebastián Acevedo, un padre, obrero y militante comunista, que en noviembre de 1983, en plena dictadura, tuvo a dos de sus hijos secuestrados y desaparecidos por la policía secreta de Pinochet. Ante semejante dolor y la desesperación de no tener información de ellos, este hombre tomó una drástica decisión, caminó hasta el frente a la catedral de Concepción, con dos un bidones de combustible y ante la mirada impresionada de los transeúntes, y gritando al aire, “Que la CNI devuelva a mis hijos”, … Señor, perdónalos a ellos y también perdóname por este sacrificio’, en acto seguido se prendió fuego. Sebastian murió a las pocas horas de ese mismo día.
Dieciocho años después, en un Chile en democracia y en el auge económico y existimo neoliberal, otro obrero y militante, Eduardo Miño de 50 años, tras un largo peregrinar en búsqueda de justicia y reparación a los cientos de trabajadores de la industria Pizarreño, y al no encontrar respuestas y atención a las demandas, decidió luego de una acción informativa a los transeúntes que circulaban frente al Palacio de Gobierno, inmolarse ante la mirada atónita de quienes pasaban.
Chile una vez más era testigo de un hombre envuelto en llamas. Esta vez por el abandono a la clase trabajadora y las secuelas del crecimiento económico a como de lugar.
Estos tres casos, de hombres que decidieron inmolarse en la vía pública tiene un sentido, aunque nos parezca difícil de entender. Para la psicóloga, se trata de un suicidio más bien altruista, “es esa persona que se siente parte de una de una sociedad, está integrada a una sociedad determinada y que este acto que comete, es relativo a esa situación, estas personas de una manera se quieren manifestar o dejar testimonio a través de su propia muerte”.
Sin duda la muerte en un contexto y de una forma determinada, tiene un significado social y no solo como un acto individual. Leiva señala al respecto “este tipo de suicidio, tiene que ver con una decisión extrema y violenta frente a un poder, y con el ejercicio del poder, con un poder hegemónico indolente y autoritario. La decisión, también en esa misma línea, es una decisión en lo más íntimo que uno tiene, que es su propio cuerpo, y que decide que hacer con su vida, que hacer en este mundo, nuestra individuación como seres en este espacio social. Ahí también está el rol de una comunidad que pasiva frente al autoritarismo y frente a esta indolencia, se transforma en dolor, que agobia, el dolor existencial, desesperante”.
El suicidio como acto público, un suicidio que no se vive en la intimidad, se pone en escena, como una forma de interpelación a la sociedad, a la indolencia y a la violencia soterrada, esa violencia que cuesta identificar, pero que la padecemos.
Si pensamos cómo ha sido la historia de las ultimas cuatro décadas en Chile, un país que por muchos años se mostró ante la opinión publica latinoamericana, como un país con un alto desarrollo económico, modelo a seguir entre sus pares de la región. Pero también, como ese mismo país, ha atravesado en tres periodos de su vida social, un autoritarismo y control extremo, desintegrando el tejido social y colectivo, transformándonos en individuos que resuelven sus conflictos de manera solitaria. Como después de ese oscuro pasaje de la historia, se reconstruye con dolores, ausencias e impunidad, pero con crecimiento económico. Y el Chile de hoy, con una deuda social profunda con los más básicos derechos, que permite que hombres como Juan, pongan su cuerpo como material de protesta, en acción directa de aviso y de clamor frente a lo injustamente vivido.
Una reflexión final menciona Carla Leiva, “en nuestro imaginario el acto altruista, está en el sentido de que algo tan difícil de comprender como la inmolación, nos lleva a preguntarnos cómo es posible, pero pensemos en Jesucristo, alguien que pudo salvarse, pero que decidió entregar su cuerpo porque su muerte significaba salvar a los otros”. La muerte de Juan nos deja una carta abierta, como señales de nuestra sociedad, su muerte no puede ser considerada solo como acto individual y aislado, sino como un pedido de amor y de memoria.