La rebelión de las putas de San Julián es un evento clave en la historia argentina, ocurrido en Puerto San Julián Patagonia, el 17 de febrero de 1922, durante el epílogo de las luchas de la Patagonia rebelde. Ese día, las trabajadoras sexuales del burdel «La Catalana» se negaron a atender a los soldados del Décimo Regimiento de Caballería, liderado por el teniente coronel Héctor Benigno Varela, a quienes acusaron a gritos de haber asesinado a obreros agrarios. A pesar de ser arrestadas, el comisario de San Julián decidió no ejecutar a las mujeres, considerando que hacerlo solo engrandecería su acto de resistencia. En cambio, por castigarlas físicamente de forma sebera. La rebelión de las putas de San Julián se convirtió en la única protesta pública en Argentina tras la represión masiva contra los obreros patagónicos entre 1920 y 1922. En medio de las secuelas sangrientas de la represión militar a los obreros en la Patagonia que exigían mejores condiciones laborales y salariales al igual como sucedió en el norte de nuestro país en la matanza de la Escuela Santa Maria. En la lejanía de la inhóspita Patagonia de aquellos años, un grupo de cinco mujeres se levantó contra la barbarie e injusticia. Estas trabajadoras sexuales, Consuelo García, Ángela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache y Maud Foster, junto a la dueña de la casa de tolerancia Paulina Rovira, no solo enfrentaron a los soldados que se habían manchado las manos con la sangre de obreros, sino que lo hicieron desde el margen más olvidado y despreciado por la sociedad conservadora de su tiempo: El prostíbulo o casa de tolerancia. Aquel lugar que simbolizaba, para muchos, el último rincón de la dignidad humana se transformó en escenario de un acto de resistencia que debería ser grabado con el mismo fervor que las luchas obreras de esos años.
Este hecho, conocido gracias al trabajo del historiador argentino Osvaldo Bayer, nos ofrece una lección no solo sobre la resistencia política, sino también sobre cómo el poder oprime a los más vulnerables y, a su vez, cómo esos mismos grupos vulnerables pueden erigirse en defensores de la dignidad cuando los grandes actores de la historia callan. Mientras gran parte de la sociedad miraba con indiferencia la masacre de los obreros patagónicos, estas cinco mujeres, con su grito de “¡nunca nos acostaremos con asesinos!”, confrontaron cara a cara a quienes encarnaban el poder de las armas y el mandato de la represión estatal en los confines del mundo en la Patagonia.
Es posible ver este episodio como una muestra clara de la lucha de clases en su forma más pura: la resistencia de las clases explotadas frente a la maquinaria estatal que las oprime. Las huelgas obreras de la Patagonia no fueron simplemente un conflicto laboral; fueron una manifestación de la agudización de las contradicciones entre el capital y el trabajo en uno de los rincones más explotados del país. Lo que hace que este acto de resistencia de las trabajadoras sexuales sea aún más impactante es el hecho de que ellas no pertenecen a esa clase obrera «visible», sino que ocupaban una posición marginal dentro del propio proletariado.
Es aquí donde cobra relevancia el concepto de conciencia de clases, estas mujeres, desde su lugar de opresión múltiple como trabajadoras sexuales y mujeres, desarrollaron una conciencia clara de su lugar en el sistema y de su capacidad para rechazarlo, incluso cuando se les ofrecía una oportunidad de participación indirecta en las estructuras de poder. La conciencia de clase no solo implica reconocer la propia explotación, sino también la capacidad de tomar acciones que desafíen esa explotación. Al rechazar acostarse con los soldados genocidas, estas mujeres estaban, en esencia, negándose a participar en el ciclo de opresión y explotación estatal, y en su pequeña pero significativa forma, estaban resistiendo el sistema capitalista y patriarcal que las subyugaba.
En Chile, la conciencia de clases ha sido una fuerza fundamental en las luchas sociales a lo largo de la historia, desde las huelgas obreras del salitre hasta los movimientos sociales más recientes, como el estallido social de 2019. En cada uno de estos momentos, las clases trabajadoras han experimentado momentos de despertar político en los que reconocen no solo las injusticias que enfrentan, sino también el poder colectivo que poseen para desafiarlas. Las trabajadoras sexuales de La Catalana, aunque marginadas, demostraron una clara conciencia de clase al negarse a participar en la celebración de quienes perpetraron la masacre de sus hermanos de clase.
Estas mujeres no solo enfrentaron la explotación de clase, sino también la de género. En un contexto donde las mujeres eran vistas como propiedad de los hombres, más aún las trabajadoras sexuales, su negativa a servir a los militares genocidas fue un acto radical de autonomía sobre sus cuerpos. El simple hecho de decir «no» en una época donde las mujeres eran reducidas a su función reproductiva o sexual es, en sí mismo, una reivindicación del derecho a la autodeterminación, un temprano eco de las luchas feministas contemporáneas por la autonomía y el consentimiento.
El acto de escobazos de estas mujeres, que parece tan pequeño frente a la magnitud de la masacre de 1500 obreros, tiene una relevancia simbólica que no puede ser ignorada. En ese gesto de rechazo, se esconde una poderosa verdad: la dignidad no es algo que se otorga desde las instituciones de poder, ni algo que depende de la posición social que uno ocupa. La dignidad es inherente al ser humano, y es en los momentos de mayor opresión donde suele brillar con mayor fuerza, este evento es una prueba más de que, incluso en los contextos más desesperanzadores, las personas tienen la capacidad de elegir, de actuar en coherencia con sus principios y de resistir la deshumanización.
Al cerrar esta reflexión, es imposible no sentir un profundo respeto y admiración por esas cinco mujeres que, desde una aparente fragilidad, se erigieron como bastiones de la dignidad humana. Hoy, más que nunca, su legado nos recuerda que la resistencia no siempre viene de quienes empuñan armas o lideran revoluciones. A veces, la resistencia más poderosa proviene de las decisiones cotidianas, de la valentía de decir «no» cuando todo parece estar en contra, de la capacidad de un grupo de mujeres olvidadas por la historia para plantar cara al poder y hacer tambalear, aunque sea por un momento, las estructuras que las oprimen.
En un país como Chile, donde la memoria de las luchas sociales aún es objeto de disputa, recordar a estas mujeres no es solo un acto de justicia histórica, sino también un reconocimiento de que la dignidad, la valentía y la conciencia de clases no tienen. género, clase ni ocupación. Hoy, esas mujeres siguen siendo un faro de esperanza para todos aquellos que, desde las márgenes, luchan por un mundo más justo.
“Jamás creció una flor en las tumbas masivas de los fusilados; sólo piedra, mata negra y el eterno viento patagónico. Están tapados por el silencio de todos, por el miedo de todos. Sólo encontramos esta flor, esta reacción de las pupilas del prostíbulo “La Catalana”, el 17 de febrero de 1922”. Fragmento de “La Patagonia Rebelde” de Osvaldo Bayer